“El resentido”; la opinión de Guadalupe Loaeza

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En el Grito de la Independencia del pasado 15 de septiembre, el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, agregó, desde el balcón del Palacio, además de la usual arenga a los héroes que nos dieron patria, una frase que llamó mucho la atención: “Mexicanas y mexicanos: muera la corrupción, muera el clasismo, muera el racismo…”.

“¡Muera la corrupción…!”. Bla, bla, bla… Cuántas veces hemos escuchado este reclamo. Nos parece tan sobado que ya ni creemos que se pueda resolver nunca jamás. Ahora y en el pasado, todos los funcionarios tienen alma corrupta, ya es una manera de proceder, de vivir y de ser. Tal vez ni siquiera se den cuenta.

Desde que se despiertan hasta que se acuestan cometen actos de corrupción, que les parecen normales. Ya ni nos sorprende cuando escuchamos cuántos millones en dólares, en pesos, en euros o en yenes han amasado los miembros de la clase política mexicana.

Más que una costumbre, es una tradición. Todos los Presidentes que hemos tenido han repetido lo mismo, cuando en el fondo saben que no lograrán detener ese flagelo. Todos nos dan atole con el dedo, baba de perico, todos prometen sin cumplir.

No tardará el momento en que nos enteremos de la corrupción de la Guardia Nacional, incluyendo la Marina, el Ejército y las Policías. ¿Por qué serían diferentes? Lo mismo se podría decir del Poder Judicial, sobre todo el Ministerio Público. ¿Y los empresarios, y los burócratas, y la Iglesia? Todos le entran…

“¡Muera el clasismo!…”. En un país donde su Presidente insiste en decir, un día sí y otro también: “no somos iguales”, no hace más que dividir las clases sociales entre los buenos y los malos y entre los pobres y los ricos.

¿Por qué López Obrador se niega a ser Presidente de todos, todos los mexicanos? ¿Por qué odia a los que llama conservadores, neoliberales y vendepatrias? ¿Por qué será nuestro Presidente tan resentido y tan acomplejado?

Nunca antes un mandatario de México había hecho hincapié en estas diferencias, y menos durante el Grito de la Independencia. Si mal no recuerdo, Leona Vicario pertenecía a una familia adinerada. ¿Quién lo asesorará respecto a esas consignas tan extrañas?, ¿sus hijos o sus Secretarios más cercanos igual de acomplejados y resentidos que él?

En lo que a mí respecta, tener a un Presidente tan lejano y hostil me hace sentir como si me faltara algo en lo que necesito creer. Desde que López Obrador llegó a la Presidencia, siento que no pertenezco a ninguna clase. Por un lado, afortunadamente, tengo trabajo, gano lo suficiente para vivir bien, y por otro, me siento acusada por lo mismo. Últimamente, me rehúso a pertenecer a cualquier clase. Para López Obrador, pertenezco a una clase infame. ¿Y el Presidente a qué clase pertenecerá?

“¡Muera el racismo!”. El simple hecho de hablar de razas, de alguna manera es racismo. Después de tantos años, siglos, no se puede y no se debe clasificar a los seres humanos en razas. ¿Para qué? ¿Cuál es objeto?

Hay tantos millones de personas que han formado familias interraciales, que ya no pueden clasificarse de ninguna manera. Sin embargo, aún persisten grupos de individuos que se consideran racialmente superiores, lo cual es un absurdo a estas alturas; está demostrado que no existe ni la superioridad, ni la inferioridad racial. No obstante, hay gente que desprecia a otra por el color de la piel y por su origen. No basta decir “muera el racismo”, para que “muera el racismo”, es pura y llana demagogia, sobre todo cuando lo dice el Presidente.

Quiero pensar que en el caso de México, donde la población mestiza es mayoría, el asunto del racismo, aunque no totalmente superado, ha ido disminuyendo, de todas maneras no ayuda para nada una frase hueca como “muera el racismo” para mejorar la situación, díganlo quien lo diga.

Viniendo de la boca del Presidente, no es más que vil demagogia en su más pura expresión. Los insultos como “prieto”, “naco”, “pelado”, ya están en desuso. Fue López Obrador quien los reemplazó por otras palabras clasistas y racistas como “fifí” y de allí surgió el antónimo, “chairo”, que nunca se usaba antes. Él es el clasista y racista.

¿Qué se le ocurrirá a López Obrador, en el Grito del 2023? ¿A quiénes señalará con su dedo flamígero? ¿A los desclasados, como yo? O a los que hablen otro idioma, además del español. Por qué no mejor haber gritado: “¡Muera la intolerancia, muera la ignorancia y muera la guerra en Ucrania!”.

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Editorial publicada originalmente en Grupo Reforma.
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