“Ni jóvenes ni viejos”, la opinión de Felipe Díaz Garza

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Sólo hay algo peor que un Gobierno de viejitos: uno de jovencitos. Conste que me atrevo a afirmarlo y firmarlo con respecto a Gobiernos democráticos emanados de elecciones democráticas que sólo garanticen que tales Gobiernos fueron electos popular y democráticamente. Pero esa garantía no es extensible -imposible- a la efectividad y corrección de las decisiones gubernamentales.

Samuel García no fue electo Gobernador porque supiera gobernar, sino porque sus electores confiaron en él y en su honestidad, no en su capacidad ejecutiva. Tal acción, la electoral, no estaba probada, tan sólo aventurada.

Así es la democracia, particularmente una democracia representativa como la que tenemos los mexicanos, en este caso los nuevoleoneses, que elegimos Gobernador al joven abogado, hayamos o no votado de manera individual por él.

Y si a la juventud atrabancada del líder agregamos la de sus colaboradores, las posibilidades de que lleguemos a un buen destino son bastante pobres, pero son, aunque no lo supiéramos cuando los votamos, las que aceptamos en las casillas tras una azarosa campaña política.

No deben sorprendernos, pues, las decisiones estratégicas ensoñadoras derivadas de hechos operativos torpes y hasta catastróficos. Le garantizo, eso sí puedo, que los primeros sorprendidos de los resultados de esas determinaciones fueron sus propios autores.

Ellos decidieron, aconsejados por mil y uno asesores expertos, muchos de ellos empresarios en jaque, que, después de dos años de disciplina sanitaria castrense, era hora de quitarle el cubrebocas a una sociedad indisciplinada que sólo esperaba el disparo de arranque para lanzarse, como burros al matadero, y regresar las cifras estadísticas del Covid a valores que todos jurábamos que no regresarían.

Mas lenta, pero seguramente, nuevos contagiados van cayendo y ello en ambientes ordenados como el de la Prepa Garza Lagüera del Tec de Monterrey.

En otro tema: con cara de niño lumbrera, el director de Agua y Drenaje estableció, por órdenes de la otra lumbrera -el Gobernador- calendarios “estrictos” de racionamiento del agua, por todos conceptos escasa, para permitirles a las presas regionales ganar líquido.

Fracaso rotundo, los racionados le dieron vuelo a la hilacha de siempre, el racionador se atarantó, contagiado sin remedio por su jefe y las presas acabaron irremediablemente deprimidas.

Otro jefazo de escritorio, un presidenciable para menos señas, manda duplicar en su delegación imperial de Relaciones Exteriores la emisión de pasaportes para aplacar la desesperación del electorado de pasaporte vencido y, zas, que la demanda se les fue al cielo.

Y se les fue tanto al Secretario como al otro gobiernícola presidencial del equipo beisbolero de los viejitos equivocados, y también al chavo Gobernador, agarrado en medio de un interescuadras de cachetadas con el Fiscal autónomo, pero no independiente ni mucho menos libre… y nocaut fulminante.

La política es igual que el infierno y que me perdone el diablo por la comparación: en una y otro los caminos están pavimentados con buenas intenciones… por supuesto fracasadas.

Cúbrase la boca, vecino, no desperdicie agua, ni se le ocurra renovar pasaporte, aunque Presidente, Secretario, Gobernador y Fiscal le digan que no ocupa acelerarse.

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Editorial publicada originalmente en Grupo Reforma.

 

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